El mundo al revés

jueves, 2 de agosto de 2012

Si tenéis problemas con ratas, lo mejor NO es tener un gato, a pesar de lo que siempre nos habían contado nuestros padres. Eso era antes, cuando las ratas se dejaban cazar por los gatos, que siempre salían victoriosos de este tipo de batallas. Ahora ya no, tanta radiación, calentamiento global y agujero de ozono, han cambiado los roles en el mundo animal. Lo llevamos claro.

Acuario robótico

Si habéis tenido un acuario, sabréis lo complicado que es mantenerlo limpio y saneado. Yo tuve uno durante dos años y acabé hasta el moño de limpiar cacas de pez y de separarlos cuando intentaban (o conseguían) comerse los unos a los otros. Desde entonces he soñado con esto: un acuario robótico donde los peces no necesiten vaciar sus intestinos y cuando se pongan pesados, puedas ponerlos en off. O mejor todavía: pasar de acuario y ver peces en youtube.



El sueño del erizo

¿Habíais visto alguna vez un erizo de 7 días? Yo tampoco, y menos aún echándose una siesta. Todavía no ha abierto los ojos y ya sueña que corretea y se alimenta. ¡Qué preciosidad de animalito!

Cricket

Yo no he visto nunca un partido de cricket, pero dicen que es una de las cosas más aburridas del mundo. Por eso, muchos australianos aprovechan para ponerse como cubas mientras "disfrutan" del partido. Ponerte pedo en el campo, vale. Caerte cuando te levantas, de acuerdo. Que te graben los de la tele, malo. Que repitan la jugada mientras el locutor se descojona parte de risa, peor. Arriesgar la nariz para salvar la cerveza de la caída, sin palabras...

Supermontaña Rusa

Es la montaña rusa más rápida del mundo, y va en serio. Está en el Ferrari World de Abu Dabi, y las sensaciones que transmite no son aptas para cardíacos. Y si no os lo creéis, mirad la cara de Fernando Alonso cuando acelera el invento... y eso que él está perfectamente acostumbrado a la aceleración de un F1.
Qué burrada.

Días extraños II

miércoles, 1 de agosto de 2012


Segundo capítulo de la novela.


DOS

Unos días después del incidente aéreo con la tía Carlota, que desapareció tan rápida y misteriosamente como había venido, empezamos a notar cosas raras también dentro de nuestra casa, acontecimientos que, sin embargo, nos traían en general  totalmente al pairo. Nos llamaban la atención, no digo que no,  pero sólo un ratito, ignoro cómo explicarlo mejor.

Imagínate que vas por la calle y una viejecita que va delante de ti encorvada y renqueante, de repente se pone a dar saltos de dos metros de altura mientras con una pistolita de agua riega los tiestos de los balcones de las casas adyacentes. Te sorprendes muchísimo, te paras, la miras, abres la boca, te pones las manos en los mofletes, comentas la jugada con los otros viandantes y sigues así, totalmente pasmado por el espectáculo, incluso cuando lo recuerdas después de varios días (o años). Pues, como os contaba, por aquel entonces también quedábamos impresionados por las cosas extrañas que pasaban, pero al cabo de un momento nos entraba como una especie de modorra, de flojera,  y lo que fuera que antes te tenía como loco, ahora dejaba de interesarte lo más mínimo. Es como la primera vez que ves un hipopótamo, que te quedas como alelado, pensando “qué bicho más gordo, lo que debe comer”  etc. etc. A la cuarta vez que has visto un hipopótamo, te importa un bledo él, su obesidad y su parentela. Y a la novena o décima, sólo piensas en lo mal que huele el cabrón y la de niños que comerían en una buena barbacoa de semejante engendro. Eso mismo es lo que nos pasaba, pero en un plazo de tiempo mucho menor, en cuestión de minutos.

Recuerdo un día que, de repente, mi mujer me llamó a voces desde el jardín de atrás, el que da a los despeñaderos cerca de donde se pelean los jabalíes. Señalaba muy alterada a tres figuras humanas que estaban escalando por aquellos riscos, con enorme riesgo para su integridad física y para la de los matojos que,  desafiando las  leyes de la física, crecen en aquel abismo, agarrados a no se sabe qué. Uno de ellos (de los escaladores, no de los matojos) ya había llegado arriba y miraba con gran interés cómo intentaban subir sus dos compañeros mientras se reía sin parar y decía algo que yo no lograba entender.

Pensando que quizás pudiera ayudarles,  o bien ser testigo de algún hecho desgraciado por el que luego pudieran sacarme por televisión, agarré a mi perra y nos  acercamos los dos a la cima del despeñadero.

Allí seguía el gordo, el que ya había llegado arriba,  riéndose y mirando hacia abajo.

- ¡Qué hay, buenas tardes!  - le dije, haciéndome el encontradizo y el simpático.
- ¡¡Qué pasa, buena mujer!! – contestó entre carcajadas mientras me señalaba a los que iban subiendo a la vez que se secaba las lágrimas – mire, mireeeeee, jajajjaaaaaaaaaa!!!!!