El ejemplo del líder

martes, 30 de marzo de 2010


Mientras leía el otro día unos artículos sobre liderazgo, intentaba hacer una lista de características que sean comunes en personas que son o han sido líderes reconocidos. Hay varias que repiten casi todos los autores que han escrito sobre el tema, y estoy de acuerdo en que todas ellas son necesarias en una persona para que pueda ser considerada un buen líder. Así, sabemos que los líderes tienen la capacidad necesaria para planificar y definir estrategias: saben a dónde van, a dónde quieren llevar a su equipo y qué hacer para conseguirlo. Un líder conoce sus fortalezas y las sabe aprovechar; además, conoce a su equipo y complementa las habilidades de todos para conseguir el máximo rendimiento en las tareas que realizan.
Son buenos comunicadores, tienen carisma y la inteligencia emocional necesaria para manejar sus propios sentimientos y emociones, de la misma manera que lo hacen con las de los demás.
El líder crece, mejora, y además desarrolla a su gente, formándoles y dándoles oportunidades para demostrar su valía. Además, poseen una gran perseverancia que les permite conseguir los objetivos que se proponen, superando dificultades que para otros son insalvables.
Hay algo de lo que no se suele hablar, y que, sin embargo, es muy importante a la hora de describir cómo debe comportarse una persona para ser considerada un buen líder. Me refiero a la necesidad de dar ejemplo en todo lo que hace y lo que dice.
Ya se ha quedado desfasada, por estar incompleta, la idea del líder angelical, que sólo se preocupa del bienestar de sus subordinados y que sirve únicamente para cuidar de su motivación. Una especie de figura angelical, rozando lo divino, que va siempre a nuestro lado ofreciendo su hombro para nuestras quejas, miedos y tristezas. Esta faceta es necesaria en el líder, pero no debemos olvidar que, además, debe ser exigente.
Sin embargo, esa exigencia sólo es legítima cuando viene precedida del ejemplo. Cuanto más exija un líder a su equipo, más debe dar y hacer él mismo por y para el equipo. Si pido calidad, debo dar la máxima en todo lo que hago. Si pido implicación, que se me vea cien por cien implicado con todo y con todos. Si quiero motivación, que todos perciban la mía en cada cosa que realice. Y así con todo.
Un jefe que tuve me decía: tú haz lo que yo digo, no lo que yo hago. Si hombre, claro, qué fácil. Me pides que me deslome vendiendo mientras tú juegas al golf cuatro horas diarias y jamás estás ahí para ayudarme ni aconsejarme. Me pides que esté motivado cuando sólo oigo quejas de lo mal que está todo y de lo harto que estás de esta empresa. Me exiges control de gastos mientras tú te llevas de viaje de trabajo a toda tu familia a cargo de la compañía. Me pides que sea más cercano, y me lo dices gritando y rompiendo papeles en mi cara. Y así mil ejemplos más. Qué cara más dura.
En las películas de guerra, los buenos generales son los que agarran la bandera y salen los primeros con su caballo a luchar espada con espada contra el enemigo. Luego están los que mandan a su gente a la lucha, mientras disfrutan de un buen puro a salvo en un despacho. Yo prefiero seguir al primero.

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