Segundo capítulo de la novela.
DOS
Unos días después del incidente aéreo con la tía Carlota, que
desapareció tan rápida y misteriosamente como había venido, empezamos a notar
cosas raras también dentro de nuestra casa, acontecimientos que, sin embargo,
nos traían en general totalmente al
pairo. Nos llamaban la atención, no digo que no, pero sólo un ratito, ignoro cómo explicarlo
mejor.
Imagínate que vas por la calle y una
viejecita que va delante de ti encorvada y renqueante, de repente se pone a dar
saltos de dos metros de altura mientras con una pistolita de agua riega los
tiestos de los balcones de las casas adyacentes. Te sorprendes muchísimo, te
paras, la miras, abres la boca, te pones las manos en los mofletes, comentas la
jugada con los otros viandantes y sigues así, totalmente pasmado por el espectáculo,
incluso cuando lo recuerdas después de varios días (o años). Pues, como os
contaba, por aquel entonces también quedábamos impresionados por las cosas
extrañas que pasaban, pero al cabo de un momento nos entraba como una especie
de modorra, de flojera, y lo que fuera
que antes te tenía como loco, ahora dejaba de interesarte lo más mínimo. Es
como la primera vez que ves un hipopótamo, que te quedas como alelado, pensando
“qué bicho más gordo, lo que debe comer” etc. etc. A la cuarta vez que has visto un
hipopótamo, te importa un bledo él, su obesidad y su parentela. Y a la novena o
décima, sólo piensas en lo mal que huele el cabrón y la de niños que comerían
en una buena barbacoa de semejante engendro. Eso mismo es lo que nos pasaba,
pero en un plazo de tiempo mucho menor, en cuestión de minutos.
Recuerdo un día que, de repente, mi mujer me
llamó a voces desde el jardín de atrás, el que da a los despeñaderos cerca de donde
se pelean los jabalíes. Señalaba muy alterada a tres figuras humanas que
estaban escalando por aquellos riscos, con enorme riesgo para su integridad
física y para la de los matojos que,
desafiando las leyes de la
física, crecen en aquel abismo, agarrados a no se sabe qué. Uno de ellos (de
los escaladores, no de los matojos) ya había llegado arriba y miraba con gran
interés cómo intentaban subir sus dos compañeros mientras se reía sin parar y
decía algo que yo no lograba entender.
Pensando que quizás pudiera ayudarles, o bien ser testigo de algún hecho desgraciado
por el que luego pudieran sacarme por televisión, agarré a mi perra y nos acercamos los dos a la cima del despeñadero.
Allí seguía el gordo, el que ya había llegado
arriba, riéndose y mirando hacia abajo.
- ¡Qué hay, buenas tardes! - le dije, haciéndome el encontradizo y el
simpático.
- ¡¡Qué pasa, buena mujer!! – contestó entre
carcajadas mientras me señalaba a los que iban subiendo a la vez que se secaba
las lágrimas – mire, mireeeeee, jajajjaaaaaaaaaa!!!!!
Haciendo caso omiso a su error de apreciación
con respecto a mi sexo, me asomé al precipicio donde estaban sus dos
compañeros. Uno de ellos estaba como a diez metros de la cumbre agarrado a unas
jaras e intentando pisar suelo firme, pataleando como un loco, mientras el
otro, unos cinco metros por debajo, recibía en la cara el impacto de los
pedruscos que le lanzaba su compañero escalador.
-
Oiga,
¿no necesitan ayuda? – le dije al gordo de arriba.
-
¿Ayuda?
Jajajajaaaaaaaaaaa pues si, creo que si…
-
Si
quiere llamamos a la
Guardia Civil o algo.
-
Noooo,
ni de coña, que luego vienen y nos joden.
-
Hombre,
pero es que se van a caer…
-
¡Pues
si se caen, más risas!
-
¿les
conoce? – le pregunté intrigado
-
Claro,
somos el famoso Dúo Alpinista de Galapagar, ¿no le suena?
-
Si,
me suena un poco – mentí – pero ¿quién es el tercero?
-
Somos
tres: el Goyo, el Cebollas y yo.
-
Ah!
– le dije – que se les ha pegado un amigo, ¿no?
-
¿Está
usted loca? no, somos el Dúo Escalador, ya se lo he dicho.
-
¡Pero
si son tres!
-
Claro,
coño, tres. El Goyo, el Cebollas y yo,
ya se lo he dicho.
-
O
sea, son ustedes un trío… - intenté.
-
Mire,
tía pesada, somos un dúo se ponga como se ponga. Somos el Goyo…
-
..el
Cebollas y usted, - le interrumpí- ya, ya me lo ha dicho.
-
Pues
eso, que no se entera.
Como la conversación se iba por unos derroteros que me estaban produciendo dolor de cabeza, centré mi atención en los escaladores, que seguían intentando llegar arriba.
El zoquete del gordo aquél no hacía más que
reírse y tirarles bellotas y piedrecitas, incluso algún escupitajo, por lo que
al asomarme le dije al que iba más adelantado.
-
Eeeeeeehhh,
oigaaaaausteeeed ¿necesita algo?
Sentí que el gordo me agarraba del brazo y
tiraba de mí hacia atrás, fuera de la vista de los otros, con la cara lívida:
-
¡Pero
qué hace, insensato!
-
¿Qué
pasa? – le dije poniéndome bien la camisa
-
¡No
les hable, hombre, que se juega la vida!
-
¡Anda!
¿y eso?
-
Es
que tienen muy mal carácter. Le hablo del que va detrás sobre todo. El de
arriba tiene mala leche pero no pasa de las palabras; ahora, el otro…
-
¿Qué
le pasa al otro?
-
Jaaaaajajajaaaaa,
es que el otro….jjaaaaaaajajaaaaaaaaaa. Pero mire, miireee….JAJAJJAAAAAAAAA.
Asomado de nuevo crucé la mirada con el que
iba más arriba, en el preciso instante en que arrancaba una piedra con los pies
al intentar seguir subiendo y le daba en
la cabeza al de abajo, arrancándole el gorro de peruano que llevaba puesto, de
esos de lana con orejeras de muchos colorines (era verano, lo recuerdo):
-
¡JOLAGRANPUTA!
¡QUÉ COÑO MIRAS, DESGRACIAO! – me dijo.
-
¿lo
ve? – me advirtió el gordo – es un malhablado y un zafio.
-
ME
CAGO EN TU PADRE, CABRONAZO! – seguía diciéndome el tipo aquel
-
Eeeeeeh!!
– decía el de abajo- ¿Ande ha ido mi gorro?
-
¡Calla,
coño, deja el gorro y agárrate, que te vas a resbalar! – le gritaba su
compañero mientras le tiraba nuevas piedras que arrancaba de la pared.
-
¿Resbalar? -plaffff, nueva pedrada- ¡coño, cómo me duele
la cabeza, tío! Esto va a ser que va a cambiar el tiempo….
Volviéndome, seguí mi conversación con el
gordo:
-
¿Y
qué hacen ustedes subiendo por aquí? – volví a cambiar de tema.
-
Pues
veníamos del trabajo.
-
¡¡Ah!!,
¡¡ya!!, del trabajo, claro – dije como si entendiera algo
-
De
trabajar, venimos de trabajar por aquí cerca. Es que somos el famoso…
-
…Dúo
Dinámico, sí, sí, ya me lo dijo
-
¡Dúo
Escalador, perdone!, pues nos íbamos para casa y vimos este despeñadero y nos
dijimos: hala, pues a tirar por ahí mismo, que es un buen sitio.
-
No,
si está bien pensado lo de meterse en un terraplén de cincuenta metros, pero..
-
Y
además, venimos de buscar un tesoro.
-
¿Un
tesoro aquí?…ya, ya.
-
Llevamos
mucho tiempo de investigación en los archivos de las iglesias de esta zona
geográfica, que como ya sabrá usted, que parece una mujer docta e instruida,
están increíblemente dotados en cuanto a conocimiento antiguo se refiere.
No entendí bien lo que me decía, y me pareció
todo excesivamente culto para un individuo de semejante pelaje, pero le dejé
seguir:
-
Siga,
siga…
-
El
objetivo de nuestro grupo de escalada está en la búsqueda de cierto documento
histórico muy antiguo, que las leyendas dicen que está en alguna de los archivos de las iglesias o ayuntamientos
de esta zona. Lo de la escalada viene de que no nos suelen dejar consultarlos
libremente, así que tenemos que colarnos por las ventanas…
-
¡Anda,
qué listos!
El tipo aquél me miró
con muy mal gesto, por lo que puse cara de interesarme mucho en el tema y le
pedí que siguiera:
-
Y
fíjese usted, ¡lo hemos encontrado!
-
¿Han
encontrado el tesoro o el documento?
-
Bueno,
es que el tesoro es el documento, que vale un pastón…
-
¡¡¡¡OYEEE
ANTONIAAAAAA!!!! ¡¡¡¡QUE SE HA CAIDO EL CEBOLLAAAASSS!!! – gritaron desde abajo
-
¿Antonia?
– pregunte sobresaltado - ¿Quién es Antonia?
-
Joder,
pues soy yo ¿Quién va a ser si no?
-
Ah!
Se llama usted Antonia…
-
Si,
como mi padre que en paz descanse
-
¡QUE
SE HA DESPEÑAOOOOO! – insistía Goyo
Nuevamente nos asomamos al barranco donde,
efectivamente, el Cebollas ya no escalaba ni hacía nada. Simplemente no estaba.
Debía haber llegado al río, treinta o cuarenta metros más abajo y éste lo
habría arrastrado corriente abajo. Tengo que puntualizar, para el que no lo
entienda, que el río en cuestión es normalmente una especie de cacera, un
hilacho de agua sucia en el que, de forma incomprensible, viven (sobreviven)
animalitos variados, desde carpas gordas, mutantes y pringosas, hasta renacuajos,
ranas adultas, culebras, escarabajos, etc.
En aquella época el río bajaba como un torrente de montaña, con olas y
todo, con una fuerza que no tenía antecedente ninguno, ya que era una zona muy
seca en la que, normalmente, no caía una gota durante meses. Pero a nadie le
importaba un pimiento el asunto. Un amigo un poco esotérico me comentó, sin
darle mayor importancia, que es que la naturaleza se había equivocado y había
una confusión de caudales provocada por un estrangulamiento puntual del
espacio-tiempo al que no había que hacer mucho caso y que, seguramente, en
algún lugar del mundo habría personas buscando consternadas cierto río
caudaloso que había desaparecido misteriosamente.
-
Jooooder
con el Cebollas, pues ¿no se ha matao el tío imbécil? ¿Será capullo?…que se
joda, jajjaaajajajaaa.
-
Pues
le han jodido el dúo, oiga – le indiqué con cierta mala leche.
-
¡Coño,
es verdad! ¡Ahora no tenemos más remedio que convertirnos en el Trío Mondoñedo!
-
¡!Ah,
ehhh…..
-
Joder,
qué faena. El Goyo y yo solas. Bueno, pues con dos cojones, ¿no? – me dijo
-
Si,
si, claro.
-
Mire,
pensándolo bien, no me apetece nada lo del trío, siempre me ha parecido una
aberración, y menos con un tío tan peligroso como éste. ¡Ni de coña! ¡qué va!
Levantando sobre su cabeza un enorme pedrusco
que había a nuestros pies, se acercó al borde del barranco donde ya asomaban
las manos de Goyo y, soltándole encima la piedra, le gritó:
-
¡Goyoooooooooo!!
¡Mira qué risaaa!
El golpe sonó como a hueco, pero el caso es
que las manos del susodicho dejaron de verse para, simultáneamente, aparecer
sus pies cayendo tras su cuerpo, mientras las risas de Antonia rebotaban en la
lejanía mirando, aparentemente muy divertido, cómo caía el Goyo rebotando por
los riscos.
-
¡Hala!
¡uno menos! Menuda leche se ha pegao el imbécil por no mirar para arriba..
-
Oiga,
pero qué ha hecho, pero cómo ha sido capaz de… - balbuceaba yo.
-
¡Nada,
nada, mala suerte!¡estas cosas pasan y no merece la pena analizarlas!
-
¿Y
el trío?
-
Que
le den al trío, ya le digo... mejor formo un cuarteto unipersonal conmigo mismo
y ya está.
Iba a contestarle cuando, con los ojos
desorbitados, se puso a correr como un loco alejándose a enorme velocidad
colina abajo. Entonces sucedió lo más raro de aquel día. No quiero decir con
ello que lo anterior sea muy normal, ni mucho menos, pero observar desde la
distancia cómo una persona, aunque sea un tipejo como aquél, se convierte en la
Orquesta de Clarinetes de Sepúlveda y empieza a interpretar una pieza de
Albéniz, reconoced que es para sobrecogerse. Por lo menos, creo recordar haberlo
visto, lo juro.
Ya había yo aprendido que en casos similares
lo mejor era mirar para otro lado y pensar en algo agradable hasta que se te
pasaran las náuseas. Así que me puse a mirar las encinas, silbando el himno del
Madrid con cara despistada, mientras agarraba a mi perra que había cogido algo
del suelo, y me iba hacia mi casa.
1 comentarios:
Me encanta (IL)
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