Mi sobrino Catalino (en verso y todo) no fue nunca buen estudiante. Su madre se empeñaba en que hiciera los deberes, y él ponía tanto esfuerzo en la tarea que se le quedó cara de japonés. El caso es que el pobre niño no daba para más, por lo que le compraron un yo-yo con el que descubrieron su auténtico talento. Ahora se gana la vida con ello haciendo demostraciones en residencias de ancianos y está feliz, pero sigue con cara de japonés.
Yo-yo
domingo, 1 de julio de 2012
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