¿A qué esperan?

miércoles, 10 de febrero de 2010



¡Está todo fatal! No hay día que no oigas esto un montón de veces, es el “namberguan” de las frases hechas, y lo es porque resume perfectamente lo que muchos sentimos en la actualidad. Vivimos una situación económica desastrosa, en la que vemos a nuestros políticos (casi sin excepción) olvidarse de solucionar los problemas de aquéllos por cuyos votos están donde están, quienes somos, además, los que pagamos sus sueldos: todos nosotros. Podemos comprobar con estupor cómo se dedican, en jornada completa, a intentar mantenerse como sea en el poder o intentar arrebatárselo al que ya lo tiene, en este caso dejando pasar el tiempo para provocar su desgaste, un tiempo que, por otro lado, es vital para la eficacia de hipotéticas soluciones que puedan aliviar la angustia en la que viven muchos millones de personas. Por otra parte, y sé que seguramente sea simplificar mucho las cosas, te deja pasmado saber que esta situación límite ha sido provocada por mala gestión en empresas, instituciones y poderes públicos, de gente que con sus pésimas prácticas, codicia, abusos y excesos nos han dejado a todos temblando de miedo y frío.
Y, lo grave del asunto, es que parece que nadie paga el pato. Nadie asume su responsabilidad por arruinar compañías gracias a gestiones lamentables que más parecen carreras delictivas; nadie es capaz de echar de su poltrona a políticos y/o sindicatos absolutamente ineficaces (cuando no simplemente corruptos) que no hacen más que engañar, mentir y mirar para otro lado, cobrando unos sueldos o subvenciones que no se ganan, sin tener la gallardía de reconocer su incapacidad para idear, y mucho menos poner en práctica algo que sirva para algo. Y ninguna sigla, sea del color que sea, se libra de ello. Decía Churchill que un político sólo piensa en las próximas elecciones, mientras que un estadista piensa en las próximas generaciones. Aquí no hay estadistas, hay mercaderes de votos. Y las próximas generaciones que se apañen como puedan…
En un artículo anterior, aconsejaba trabajar más que nunca en equipo dentro de las empresas, para hacernos más fuertes en la adversidad. Hoy me reafirmo en mi consejo, y voy más allá: en situaciones difíciles como ésta, lo inteligente, lo responsable, lo ético, sería que los que mandan se aliaran con los que quieren mandar, buscasen a expertos, a los que saben (qué curioso y triste es el hecho que no coincidan casi nunca ambas características: mandar y saber) y formaran con ellos un EQUIPO que buscase y aplicase soluciones a este desastre que nos han montado entre todos.
¿Un equipo?¿Qué es un equipo? Según Katzenbach es un "conjunto de personas con capacidades complementarias, comprometidas con un propósito, un objetivo de trabajo y planificación comunes, con responsabilidad mutua compartida".
Por tanto, sería necesario que este hipotético equipo salvador tuviera un propósito común (¿sacarnos a todos de este pozo negro y sin fondo en el que estamos, por ejemplo?), habilidades y capacidades complementarios (¿reconocer que no sé qué hacer y callarme para que hable quien sí lo sabe?), idear planes comunes (¿dejarme de ideologías y aplicar la inteligencia y la experiencia?) y, para acabar, asumir responsabilidades mutuamente (¿responsa…qué, qué es eso?).
Trabajar en equipo exige, además, inteligencia, compromiso, generosidad y visión de futuro. Casi nada.
Qué iluso ¿no? No lo van a hacer porque sus intereses particulares van por otro lado, pero deberíamos exigirlo, cada uno en la medida de sus posibilidades. Y es que los beneficios serían inmediatos, generales y cuantiosos.
Necesitamos confianza. Confiar en los que tienen el poder, sea gobierno, oposición, sindicatos o empresarios. Confiar en que están ahí por y para nosotros, creando un futuro agradable y mantenible en el que puedan vivir nuestros hijos. Yo confiaría en quien hiciera equipo con su adversario buscando el bien común.
A ver si alguien hace algo. Ojalá.
PEPO MATEO

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